Dejadme sonreír;
permitidme que sonría con la certidumbre manca de los hombres
bizcándome cada parte de nuestra humanidad.
Aquí, en Buenos Aires,
de acuerdo con la cartografía que yo apuntalo
se desparrama una fortaleza
de la cual siempre he hablado
y que morirá hablando
a través de mi cuerpo:
Buenos Aires.
Entre un río que golpea
destinada y genesíacamente
todos los tiempos de la terrible felicidad humana.
Entre ese río y la dispersión rala
de los extramuros,
y después el campo,
la planicie sedimento.
Dentro de ese contorno polémico,
Buenos Aires.
Hombres polémicos
que estamparán su pena en la noche estrellada:
…Y volcando,
desencadenando sus represas perfectas
el Norte ya cantado,
represas fijas al fondo,
al fondo de la tierra
por el cuño de Dios, no las obras de Dios,
por el esqueleto de Dios, no la revelación de Dios.
¿Por estos diminutos huecos de tierra
debemos recomenzar la búsqueda?
Hemos palpado a nacer,
en nosotros,
glóbulos,
glóbulos perfectos
que impensadamente se henchían
están hoy diluidos,
impensadamente también
por estos espacios del mundo nuestro:
Buenos Aires.
Pero cuando el flanco se agita
con la final molicie,
cuando el descuajado talud se abandona
a su resbaladizo e incontenible fin,
el corazón que ama la plenitud
despliega su alarido
despeña su urgente necesidad de aurora,
y entonces el Norte
nuevamente
como también eterna
eternamente,
por los diminutos huecos de la tierra
comienza a arrojar
las amontonadas
las contenidas represas
las infinitas gotas
los receptáculos del vino añejo:
cabezas,
cabecitas negras,
padres en los frutos válidos.
Dejadme sonreír,
permitidme que sonría…
¿Alguien,
algunos pueden
pueden todavía vencer a la muerte?
Alicia Eguren
En “El talud descuajado”, Ediciones Sexto Continente, Buenos Aires, 1951
Imagen Daniel Santoro. “Vacío y plenitud justicialista” Óleo, 80 x 80 cm, 2006